«…pero, el Cuerpo es de Cristo» (Col.2,17)
Dirigiéndose a los Judíos de antaño, Pedro decía: «Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, u el envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración universal, de que habló Dios par boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo» (Hechos 3,19-21).
Hay que recalcar algunas palabras importantes de Pedro, y bien pensarlo:
«Dios enviará entonces a Jesucristo», Le enviará en el futuro, otra vez entonces, como Le había ya enviado una primera vez. El verbo «enviará» está al futuro. El Cielo tiene entonces que guardar a Cristo un período, luego el Señor Le enviará, otra vez, en el tiempo de «la restauración universal». Jesús vino la primera vez para regenerar la vida espiritual trabada por cultos nunca prescritos por Dios. Alabó a los Apóstoles del Mismo de ayudarle en esta obra de regeneración: «…de cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentareis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel» (Mateo 19,28).
Si se impone una restauración general, universal, después de su primer Advenimiento, es que el Cristo tiene que acabar con su obra de «Regeneración» en el momento de su Vuelta. Vuelve entonces con una misión bien específica: regenerar, arreglar, «restaurar», una vez por todos, su obra desfigurada por los cleros y los cultos caprichosos.
«Restauración» era una expresión bien conocida por los judíos. Pero eso, para ellos, tomaba siempre un cariz político: El restablecimiento de la monarquía en Israel, de una dinastía de David con un emporio sionista universal, el «Gran Israel». Según ellos, esta restauración de orden estrictamente político debía ser operada por el Mesías esperado. Es la razón por la que los Apóstoles ellos mismos, no entendiendo todavía no la restauración espiritual de Jesús, le estaban pidiendo más antes de la Ascensión: «¿Restauraras el reino a Israel en este tiempo?» (Hechos 1,6). Pensaban todavía más restaurar el reino político judío.
El profeta Sofonías, de parte de Dios, había ya anunciado esta restauración. Pero para Sofonías, como para todos los judíos, incluso profetas y Apóstoles, no representaba nada otro. Como lo hemos visto, que el regreso de los Judíos del exilio y la restauración del trono de David: «En aquel tiempo,…os pondré para renombre y para alabanza entre todos los pueblos de la yerra, cuando levante vuestro cautiverio delante de vuestros ojos» (Sofonías 3,19-20).
En la intención divina sin embargo, esta restauración espiritual y universal: no es ni política, ni limitada a los solos Israelitas. Para beneficiarse de ella, Dios pone a los Judíos una condición, como lo hemos observado en las palabras de Pedro: Arrepentirse y convertirse creyendo que Jesús es el Mesías.
Leyendo de manera atenta las palabras de Pedro, deducimos que Dios restaure el hombre por el Mesías en dos etapas: la primera, en el momento de la venida del Mesías en la Historia de manera corporal, hace ya 2000 años y la secunda en el momento de su regreso. Este regreso no es físico si no espiritual en las conciencias y por los sucesos apocalípticos, precisos que lo anteceden y lo anuncian (véase el texto «Los Señales del Regreso del Cristo»).
En efecto, Pedro dice explícitamente y eso después de la venida del Cristo, que Dios «enviara (en el futuro) entonces al Cristo quién les es destinado, Quien que el Cielo tiene que guardar hasta el tiempo de la restauración universal». Entonces hay que entender que después de su resurrección, Jesús, subido al Cielo, tiene que sea «guardado» hasta el tiempo de la restauración universal. Este tiempo venido, Dios volverá a enviarle. Pero ¿Cómo? ¿Otra vez en la carne? Por cierto no! (Véase el texto: «El regreso de Jesús»).
Objetivo del Regreso del Cristo
El objetivo de esta secunda manifestación del Mesías es «la Restauración Universal» (Hechos 3,19-21). Ahora bien, si hablemos de restauración es que hay decadencia. Está claro que el mensaje de Jesús fue desfigurado a lo largo de los siglos. Una restauración general se imponía; la iniciativa no podía ser que divina. Es el objetivo del Regreso de Jesús: Viene otra vez encargar a nuevos Apóstoles –dichos «ángeles» en Mateo 24,31- revelar su verdadera Cara, desmenuzada por las traiciones de los suyos y por los cultos –dichos «cristianos»- inspirados del paganismo.
La vuelta del Cristo fue anunciada por los profetas como un cierto hecho. Jesús mismo había dicho: «Vendré otra vez…» (Juan 14,3). Es una certidumbre absoluta: «El Hijo del Hombre tiene que venir en la gloria de su Padre con sus ángeles (los nuevos Apóstoles)… (Mateo 16,27). Viene otra vez con el fin de todo restaurar liberando los creyentes de los cultos impuestos por un clero mercenario.
Esta Restauración se plasma por el reparto de la Comida de Jesús en familia, en la simplicidad. Jesús la había instituido, y los primeros Cristianos la han practicado sin rito, sin ceremonia con mucho amor: «día tras día, con un solo corazón… partían el Pan (el Cuerpo del Cristo) en sus casas, comiendo juntos (el Cuerpo y el Sangre del Cristo) con alegría y sencillez de corazón» (Hechos 2,46). Es por eso que Jesús nos pide de acechar su Regreso: su deseo ardiente es de sentarnos a la Mesa, con El, para compartir Su Mística Comida. Eso es evidente en donde el Cristo dice: «He aquí, yo estoy a la puerta y llamo, si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo» (Apocalipsis 3,20). Este reparto íntimo con Jesús es ardientemente anhelado por El; había dicho a sus Apóstoles: «¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca» (Lucas 22,15). Este ardiente deseo quedó escondido durante siglos para no ser revelado que durante nuestra época, por El mismo, con objeto de una restauración espiritual universal.
En el momento de su primera venida, Jesús fue la «revelación de un misterio divino envuelto en silencio, pero ahora manifestado, y por Escrituras que lo predicen» escribía Pablo a los Romanos (Romanos 16,25). Hoy, Jesús viene otra vez para aclarar lo que queda de los «misterios divinos envueltos de silencio» en el Libro del Apocalipsis (Apocalipsis 10,7). Es tiempo consultar de nuevo las Sagradas Escrituras para echar la plena luz sobre el misterioso plan de Dios (Romanos 16,25 / Apocalipsis 20,12).
Pues las Escrituras predicen que Jesús se manifestará de nuevo para explicar los últimos propósitos de Dios quedados misteriosos. Estos propósitos se plasman en una palabra: Restauración. Esta restauración tiene que hacerse por la explicación de las Sagradas Escrituras. Los que no quieren darse la pena de otear estas Escrituras y de entenderlas no irán más lejos. En efecto, Pablo escribió a Timoteo: «y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir (restaurar) para instruir en justicia…» (2 Timoteo 3,15).
Pues fue anunciado por las Escrituras: Cristo tiene que manifestarse una secunda vez. Pero antes será revelado «El impío, el Adversario» (2 Tesalonicenses 2,3-4). Jesús viene otra vez para destruirlo y luego restaurar definitivamente, con la ayuda de sus nuevos Apóstoles, su Reino en tierra: «Y entonces se manifestará aquel inicuo (el Anticristo), a quien el Señor matará con el espíritu de su boca y destruirá con el resplandor de su venida» (2 Tesalonicenses 2,8). Esta Restauración está basada sobre la Presencia perpetua de Jesús Sí mismo por la Cena Mística en familia.
Por la nueva Restauración, Jesús establece un nuevo sacerdocio. Todos los creyentes y todas las creyentes son sacerdote y pueden, si lo quieran, tomar la Cena del Señor en sus hogares con Jesús pues «Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su Sangre, y nos hizo Reyes y Sacerdotes para Dios, su Padre… (Apocalipsis 1,5-6)… Con tu sangre nos has redimido para dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación y nos has hecho para nuestro Dios Reyes y Sacerdotes y reinaremos sobre la tierra (Apocalipsis 5,9-10) (véase el texto: «Jesús restaura el Sacerdocio»).
Este nuevo concepto del sacerdocio está calificado de «Cielo Nuevo y Tierra Nueva». Estaba ardientemente esperado: «Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia». Juan percibe eso en visión después la caída del Anticristo: « Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron…» (Apocalipsis 21,1). Tal es el Reino de Dios sobre la tierra.
Este Reino divino sobre la tierra significa la cohabitación de Dios con sus hijos desde en este bajo mundo. En hebreo, eso da la palabra «Manuel» que significa «Dios con nosotros», es el nombre simbólico dado a Jesús (Mateo 1,23). El Apocalipsis, indicando el pueblo restaurado, dice: «Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y el morara con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios» (Apocalipsis 21,3).
Así, la morada de Dios no debe más estar comprendida como estando el Templo de Jerusalén, ni la Basílica de San Pedro, ni la Mezquita de La Meca, ni ningún otro centro religioso en el mundo, Pagado u otra.
El verdadero Templo es una asamblea de creyentes, una comunidad internacional espiritual, ferviente, unida por los vínculos de amor alrededor de la Mesa de Jesús: «Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero (Apocalipsis 21,22). Pablo había dicho, hace ya 2.000 años: » ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? El Templo de Dios es sagrado y este Templo es vosotros (1 Corintios 3,16-17). Jesús ha ya empezado su Restauración en nosotros y por nosotros, «pues Dios no habita en templos hechos de mano de hombres» (Hechos 7,48 / 17,24), Jesús viene de nuevo restaurar todo lo recordándonos.
El mundo condenado a desaparecer es el mundo dicho religioso de todo borde, con sus ritos y sus cultos impregnados de paganismo. Este viejo mundo no refleja la verdadera cara de Dios. Cederá el lugar al «Cielo Nuevo», un concepto espiritual nuevo y verdadero, una mejor comprensión de Dios en su simplicidad, vinculando el hombre de manera intima y espontánea a su Creador, como Adán antes de su caída.
Es «Una Nueva Tierra» pues es «sobre tierra» que todo será renovado. Todos los hogares, todas las familias son invitados hoy a volver templos de Dios, Dios habitando el corazón del hombre. Bajo la Antigua Alianza, Jeremías había ya profetizado eso: «Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y ellos me serán por pueblo» (Jeremías 31,33).
Dios renueva a los creyentes por el Cristo quien abre a ellos una nueva puerta de salvación: «He puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar» dice Jesús (Apocalipsis 3,8). Esta nueva puerta libera del yugo inútil prácticas rituales estrictamente humanas. El «yugo» de Cristo es sencillo y ligero (Mateo 11,29-30). No se embaraza de vanas complicaciones impuestas por los hombres, pero que desagradan a Dios (Mateo 15,8-9). San Pablo nos había prevenido: « Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías para reduciros en esclavitud por el vano cebo de la filosofía, según una tradición toda humana, según los rudimentos del mundo y no según Cristo… ¿ Porqué doblegarse a mandamientos (humanos)?…. No manejes, ni gustes, ni aun toques… ¡aviadas las prescripciones y doctrinas de los hombres! Estos tipos de reglas poden hacer figura de sabiduría por su afectación de religiosidad y de humildad que no cuidan el cuerpo; en efecto no tienen ningún valor para la insolencia de la carne» (Colosenses 2,8-23).
«Reducidos en esclavitud», estuvimos por estas ceremonias religiosas teatrales y apretadas. Todo un«razonamiento humano» fue edificado para justificarlas y guardar a los creyentes temerosos, incapaces de alcanzar la madurez espiritual. Los hombres han complicado la fe por rituales, teniendo cada uno sus propias reglas y gestos bien definidos. La adoración de Dios pasa por formas apretadas: manos juntas o tensas, de pie o de rodillas, incluso arrastrados al suelo, signos particulares de ropa, señales de la Cruz diferentes, tipos variados de ayuno, besamanos… etc…. Estas expresiones religiosas, desaprobadas por Dios, satisfacen a los cuya fe es inmadura y oscilante. Eso tiene necesidad de semejantes reglas como de antepecho para segurizarles. Si su fe era madura y inquebrantable, habrían entendido que Dios desee ser conocido y querido, no «adorado».
Muchos textos bíblicos impulsan a los creyentes a rechazar estas prácticas nocivas:
Michée 6,6-8: «¿Con que me presentaré delante Dios? ¿Con holocaustos y libaciones? Te han hecho saber, hombre, lo que es bueno, lo que Dios pide de ti: Nada otro que realizar la justicia, de querer con cariño y de andar humildemente con tu Dios.»
Jesús declaró:
«La hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoréis al Padre….Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu y los que adoran deben adorarLe en espíritu y en verdad.» (Juan 4,21-24)
Jesús declaró también:
«Y esta es la vida eterna; que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y El que has enviado, Jesús el Mesías.» (Juan 17,3)
Vanos son los diversos cultos fastuosos:
«Este pueblo de labios me honra. Mas su corazón está lejos de mí. Vano es el culto que me honran. Las doctrinas que enseñan no son que preceptos humanos.» (Mateo 15,8-20)
Para restaurar, hay que abandonar estos cultos inútiles y las palabras multiplicadas, no sentidas por el corazón. No es que a este precio que los discípulos de Cristo prevendrán a renovar la espiritualidad sobre la tierra, como Dios lo pide de ellos. Necesita fe y ánimo para quebrar los prohibidos humanos, para «subir más alto», como nos lo pide el Apocalipsis (Apocalipsis 4,1). Los cobardes no prevendrán a liberarse de las tradiciones humanas. La mayoría no ha entendido lo que es la adoración en espíritu y se basta del culto corporal. En efecto, los verdaderos creyentes son «los quienes ofrecen el culto según el Espíritu de Dios en lugar de poner la confianza en la carne (los rituales diversos)» (Filipenses 3,3).
Los que están atraídos por el culto en espíritu se liberan de las ceremonias religiosas «ajustadas al mundo» (Romanos 12,1-2). En cambio, los que se deben a estos ritos humanos «apostatan de la fe, escuchando a espíritus engañadores» (1 Timoteo 4,1-2) que les arrastran «lejos de Jesús»:
«Permaneced en El (Jesús), para que cuando se manifieste, tengamos plena confianza, y para que en su venida no nos alejemos de El avergonzados.» (1 Juan 2,28)
La elección nos está dado entre seguir a los jefes religiosos hipócritas o Cristo quién «toca a la puerta», hoy mismo, para entrar «cenar» con nosotros. (Lucas 12,36 / Apocalipsis 3,20)
Hoy, cada familia está invitada a volver un Templo espiritual, este «Templo en donde no entrará en ella ninguna cosa inmunda» (Apocalipsis 21,27). «Los que cometen el indecente y el mal» se excluyen sí mismos «escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios» (1 Timoteo 4,1-2). Rechazan así hacer parte del «Universo espiritual nuevo» (Apocalipsis 21,5). Hoy, la verdadera Pascua, la travesía del mar Rojo, el pasaje de la muerte a la Vida se opera por la Cena Pascual con Jesús en familia.
Los Apóstoles pidieron a Jesús cuando y donde tenían que efectuarse los sucesos del fin de los tiempos (Mateo 24,3/Lucas 17,37). Les respondió: «En donde estará el cuerpo, ahí también se agruparán los buitres». El Cuerpo de Cristo está ahora en las familias. Está ahí donde se agrupan los «buitres» hambrientos (Apocalipsis 19,17) para compartir este «festín de bodas» (Mateo 22,1-14). Quien tiene ojos y orejas, vera, oirá y entenderá las palabras del Espíritu (Apocalipsis 2,11) y vivirá de manera eterna (Juan 6,51-54).
La Cena de Jesús, repartida en la intimidad familial, lejos del estruendo del culto material y de la distracción de los rituales, fue profetizado por Jesús. Los creyentes quienes acechan su Regreso Le abrirán la puerta desde los primeros signos de su proximidad:
«Y vosotros sed semejantes a hombres que aguardan a que su Señor regrese de las bodas, para que cuando llegue y llame, le abran en seguida….y hará que se sienten a la Mesa, y vendrá a servirles.» (Lucas 12,35-37
Es por el Pan de Vida que Jesús «pase de uno a otro» a Mesa.
Estamos ya a la Mesa con Jesús, nosotros todos que Le habíamos abierto la puerta tan grande tan pronto como hemos entendido sus pasos, para «cenar, El cerca de nosotros y nosotros cerca de El» (Apocalipsis 3,20).
El gran signo visible del comienzo de la Restauración Universal es, paradójicamente, la nueva aparición de la Bestia. Su regreso tocó a muerto el viejo mundo difunto. Por la tanto, para nosotros, no es más, un cualquier ritual que restaura el vínculo original con el Creador, si no el comparto del Pan de Cristo en familia. Como Jesús y los Apóstoles (Lucas 22,14-20 / Hechos 2,46), es con sencillez y renunciación que tomamos este Pan de la Restauración en nuestras casas con Jesús, El cerca de cada uno de nosotros.
¡La Mesa Mística está ya servida! Es una gracia divina oferta a la humanidad entera. No está acogida que por los corazones sedientos de verdad y de amor. Es a ellos que se manifiesta Cristo. Es Ella el «Festino de las Bodas del Cordero». Festino de Vida a que no responden que los elegidos (Mateo 22,1-14). Es el momento de sacudirse, de hacerse violencia para apoderarse del Reino de Dios: «El Reino de Dios está anunciado y todos se esfuerzan de entrar en el por la violencia» (Lucas 16,16 / Mateo 11,12). No hay sitio para los indecisos (Santiago 1,6-7).
Eso es la Restauración Universal practicada
Por todos los creyentes independientes.
El tiempo de todo renovar ha llegado.
Terminado el 19 de marzo de 1994
Fiesta de San José
Pierre